Resiliencia' es la capacidad de recuperarse y desarrollarse después de un trauma”
Boris Cyrulnik
Fragmento de la entrevista a Boris Cyrulnik
¿Cuáles son las características de una persona resiliente?
Depende de la manera en que se construye la personalidad. Si alguien, desde el nacimiento e incluso antes, ha recibido improntas biológicas que lo fortalezcan, se desarrollará, y, si le ocurre una desgracia, sabrá enfrentarse mejor a ella. Ahí hablaríamos de resistencia. Si alguien está traumatizado, y, después de la desgracia, es capaz de iniciar un nuevo desarrollo, entonces hablamos de resiliencia. Es decir, depende un poco de la persona y mucho de su entorno: de su entorno antes del trauma y de su entorno después del trauma.
¿Cómo podemos ayudar a un niño para que sea más resiliente?
Tanto en casa como en el colegio.
Para que el niño pueda adquirir los factores que le permitirán ser resiliente, de entrada, hay que transmitirle seguridad. Primero, hay que darle seguridad a su madre. Estadísticamente, son las mujeres quienes se encargan de los niños, por eso tiene que sentirse segura, y ella, involuntariamente, transmite esa seguridad, que es lo que da seguridad al niño. También hace falta un entorno seguro estructurado por la madre y por alguien más, que puede ser el padre, la abuela, la guardería, el hogar familiar… Si el entorno seguro protege al bebé, al niño, cuando llega al colegio, ya ha adquirido el placer de aprender, y el colegio será para él una aventura, un estrés, un pequeño miedo, que será capaz de superar. Volverá por la tarde a su casa y estará orgulloso de sí mismo. Le contará a su mamá lo valiente que ha sido y lo que ha acontecido en el cole. Si ha estado vulnerabilizado porque su madre ha sufrido agresiones, porque ha sido abandonada, porque ha estado enferma, porque la vida puede ser muy difícil… Pero los dos grandes factores que vulnerabilizan al bebé son la violencia conyugal y la precariedad social. Es decir, que, si alrededor del niño hay violencia conyugal, quien sufre es el bebé, aunque nadie lo toque. Si los padres viven en la precariedad social, algo que cada vez es más frecuente, son padres que no están disponibles, no tienen ganas de jugar con el niño, están tristes, y el entorno que envuelve al niño no le aporta seguridad. Y por eso vemos grupos de niños que no se sienten seguros, que llegan al colegio y le tienen miedo, no les gusta nada. Estos niños lo tienen difícil para ser buenos estudiantes. No es porque tengan un cerebro peor, sino porque no han sentido seguridad desde que empezó a construirse su personalidad.
Hemos hablado varias veces sobre «segurizar» a los niños. ¿Podría explicarnos a qué se refiere cuando habla de «segurizar» a los niños?
La definición de «segurización» es crear un apego familiar. Y el apego… El amor es algo flamante, es fiebre, es ardor… Está separado de la realidad. Mientras que el apego, por el contrario, se teje en el día a día. Con la forma de hablar, compartir el desayuno, la forma de sonreír, la forma de enfadarse también. Está en la vida cotidiana. Pero se va tejiendo en el día a día, por lo que apego no es amor. Pero el apego, una vez creado, se convierte en un vínculo muy fuerte, y los niños se sienten seguros por ese fuerte vínculo, porque es un sentimiento de familiaridad. Sé cómo hablarle a mi madre, sé cómo hablarle a mi padre, sé que cuando mi padre hace esto, no me debo fiar, sé que este gesto lo conozco… Estoy tranquilo, estoy en casa, no tengo miedo. Sé los comportamientos, sé lo que hay que hacer. Yo, niño, he aprendido a hacer esto, estoy tranquilo, no angustiado. Aunque haya una adversidad, que siempre las hay en el día a día, sabré cómo gestionarla: no me angustia. Lo que crea esa seguridad en un niño es ese vínculo que se va tejiendo a diario, palabra a palabra, desayuno a desayuno… Las cosas cotidianas crean un vínculo que da seguridad al niño.
Hay muchos hogares donde el padre trabaja, la madre trabaja; tienen poco tiempo, todo va muy deprisa, los niños tienen muchas obligaciones, actividades extraescolares… ¿Podría darnos algún consejo para estas familias, para que sus hijos y su entorno se sientan más seguros?
Para que en estas familias haya seguridad, existe una palabra mágica: ralentizar. Y que aprendan a cantar o a hacer deporte con sus hijos. Actualmente, los occidentales vivimos en la cultura del esprint. Y nos sale carísimo. Los bebés estadounidenses tienen cada vez más ansiedad: los bebés. Porque Estados Unidos vive en la cultura del esprint que ha llegado a Europa, menos al norte de Europa. Allí, al contrario, aprenden a montar en bici, aprenden teatro, aprenden a usar la palabra, aprenden la lentitud, aprenden a cocinar… Yo lo he visto en Helsinki, en el colegio hay clases de cocina donde niños y niñas preparan platos e invitan a la clase de al lado. Y te aseguro que los niños lo hacen bien. Es decir que, por lo tanto, cuando llegan a la edad adulta, son excelentes: en clase, en ciencias, en arte… Son excelentes. Hay un 1% de analfabetismo. En Francia, estamos entre el 12% y el 15%. Un analfabeto será infeliz toda su vida. El uno por ciento en Finlandia, 12% a 15% en Francia. En los países del norte de Europa había muchos suicidios, probablemente debido a la falta de sol. Pero han reducido, en 10 años, la tasa de suicidio en un 40%. Cambiando la cultura. Es decir, que tenemos la posibilidad de intervenir y, por supuesto, hay que ralentizar y divertirse para aprender el arte de vivir.
¿Tienen los profesores, en el colegio, la posibilidad de ayudar a los niños ante situaciones así?
Los países del norte de Europa responden a su pregunta. Es decir, Noruega, Finlandia, Suecia… responden a esta pregunta. Allí tienen una estrategia educativa muy distinta de la nuestra y aún más de los países orientales como Japón o China. En los países orientales, obligan a «esprintar» a los niños, y el colegio es tan violento que los japoneses me han dicho que es una forma de maltrato. Los países del norte de Europa hacen lo contrario: ralentizan a los niños y así les dan seguridad. Los niños aprenden a resolver problemas con facilidad, por lo que tienen buena autoestima. Por eso, a los 15 años, cuando pasan las evaluaciones escolares, las pruebas PISA, determinadas por la UNESCO, los finlandeses son medalla de oro pese a que ralentizan todo lo posible el desarrollo de los niños. Ralentizándolos, les dan confianza, y los niños con confianza aprenden el juego del aprendizaje. Se lo pasan bien aprendiendo. Recuperan el retraso en pocos años, y a los 15 años, son medalla de oro en las evaluaciones de la UNESCO.
Si no hemos adquirido la resiliencia en la infancia, ¿todavía podemos aprenderla en la edad adulta?
La resiliencia está en marcha toda la vida, pero los primeros años son muy importantes. Es como una partida de ajedrez. Los primeros movimientos son muy importantes, pero, mientras la partida no haya terminado, siguen quedando buenos movimientos. La resiliencia no es la misma cuando somos niños, antes de hablar, cuando somos niños y sabemos hablar, cuando somos adolescentes o cuando somos personas adultas. Los casos que accionan la resiliencia no serán los mismos. La resiliencia funciona mucho peor pasados los 120 años. Ahí funciona peor.
¿Podría dar algún consejo específico para los adultos que quieran desarrollar la resiliencia?
El primer consejo es que no se queden solos. Cuando sufrimos un trauma, estamos tan tristes que nos hacemos un ovillo, apretamos los dientes y nos aislamos, y esto solo agrava, ya que el recuerdo de la herida se refuerza más y más… Solo pensamos en eso y agravamos el sufrimiento. Así que, el primer consejo sería luchar contra uno mismo si nos apetece aislarnos y, sobre todo, hay que hablar o quedar con gente con la que tengamos confianza. Puede ser la mujer, el marido, la madre, un amigo, un cura, un monitor de deporte… Alguien con quien tengamos confianza. Y no tenemos por qué empezar a hablar de inmediato, primero tenemos que sentirnos seguros, como los niños, y luego, cuando nos sentimos seguros, podemos reflexionar y podemos empezar a hablar.
Quien es Boris Cyrulnik
Boris Cyrulnik es psiquiatra, neurólogo, profesor de la Universidad de Tolón (Francia) y autor de libros como ‘Los patitos feos’, ‘Resiliencia y adaptación’ o ‘El amor que nos cura’. Considerado un referente internacional de la llamada “resiliencia”, —capacidad del ser humano para reponerse al dolor—, Cyrulnik sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial y el nazismo con seis años de edad, cuando perdió a gran parte de su familia en Auschwitz. A pesar de vivir experiencias traumáticas, el profesor Cyrulnik es un ejemplo de superación y ha dedicado gran parte de su vida a estudiar los mecanismos del ser humano para combatir el sufrimiento. Colaborador de la Asociación para el Estudio Sistémico de la Familia y otros Sistemas Humanos (AESFASHU), el neuropsiquiatra acaba de recibir el encargo del gobierno francés para fomentar la empatía desde las guarderías. "La clave para crear sociedades altruistas, empáticas y resilientes es la “segurización”, es decir, la creación de un entorno seguro y afectuoso para el niño, tanto en su hogar como en la escuela, desde los primeros años de vida", afirma Cyrulnik. Para ello propone ralentizar los ritmos de vida y enseñar a los niños a confiar en sí mismos y en los demás.
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