Carina Andrada, de 30 años, nacida en Añatuya, localidad ubicada a 200 kilómetros de la capital santiagueña, se le llenan los ojos de lágrimas y se quiebra por unos segundos al recordar su niñez y el maltrato al que la sometía su padre. Pero, luego, se repone y, con la misma fuerza con que crió y sigue criando a sus dos hijas: Gimena, de 8 años, y Guadalupe, de 5, cuenta cómo un grupo de personas, bajo el nombre de Asociación Civil Haciendo Camino, le cambiaron la vida.
Gimena y Guadalupe se están recuperando de un cuadro de desnutrición, y hoy, si bien están dentro de lo que los médicos diagnostican como bajo peso, están muy lejos de otros cuadros que podrían demandar internación.
Carina, como otras madres que son asistidas y contenidas por Haciendo Camino, pudo cambiar su realidad. Su antiguo rancho es ahora una casa de material a la que todos los días trata de agregarle algo para el bienestar de sus hijas. Y lo consigue con algunas cosas que elabora, producto de sus estudios de corte y confección.
Otra mujer, también de 30 años, juega con sus hijas y le pide que le muestre la repisa nueva que está en su habitación. Se llama Catalina Hornos, quien eligió cambiar su quizá cómoda realidad para ayudar a estas madres y niños. Ella es psicopedagoga y psicóloga, es una de esas personas que hacen de la vida una entrega constante. Catalina nació en Buenos Aires y desde 2006 trabaja con familias de bajos recursos en Añatuya, la capital diocesana más pobre del país, al nordeste de Santiago del Estero.
La primera vez que se enfrentó a esta realidad de olvido y pobreza fue a meses de haber cumplido los 23. Al llegar a la ciudad "La directora del colegio me dijo que no necesitaban gente que fuera y viniera, sino una psicopedagoga estable, ya que en el lugar no había ninguna. Me comprometí a terminar la carrera y volver. Cuando se lo comenté a mis amigos, creyeron que estaba metiéndome en algo que no iba a cumplir, pero yo sabía que sí...", dice Catalina.
Atrás dejaba la vida cómoda en la Recoleta en pos de lo que consideraba un compromiso ineludible: ayudar al prójimo. Empezó en un comedor infantil, siguió como suplente de primer grado y finalmente conoció a las religiosas del Hogar Santa Catalina, que ya no sabían qué hacer para que el espacio del obispado, en el que vivían más de 20 chicos, siguiera funcionando.
"Es muy distinto saber que la pobreza existe a convivir diariamente con ella. Esos meses que estuve allá pasamos semanas enteras sin agua en una residencia para 50 personas. Los niños llegaban los lunes al comedor muertos de hambre y cuando se enfermaban, sus padres no tenían cómo comprarles los remedios. Compartir esa realidad tan de cerca me pegó muy fuerte", reflexiona.
Después de esos primeros meses que fui ahí, cuando conocí de cerca la realidad y vi la posibilidad de ayudar, empecé a mandar mails: “necesito gente que me ayude mensualmente para financiar un proyecto para un hogar de niños”. Eran 70 pesos por mes en ese momento, y junté los padrinos que necesitaba y ahí dije, “bueno, voy a viajar”. Y en ese momento se empezó a sumar gente y empecé a viajar todos los meses, y empezó a crecer y a crecer y hoy hay 60 empleados y 5 centros. Creció un montón, y hay muchos más beneficiarios que antes.
¿Qué cambios notás en vos desde que tomaste este camino?
Por un lado aprendí a desprenderme. A no necesitar muchas cosas materiales que por ahí yo estaba acostumbrada a tener cuando vivía en Buenos Aires y a adaptarme a vivir con lo que tengo en cada lugar, como no tener agua caliente y hasta a no tener una ducha. En Añatuya no tengo televisión, no tengo aire acondicionado y hacen 50 grados en verano. Aprendes a vivir en austeridad y a no necesitar de esas cosas materiales que cuando las dejás de tener te das cuenta que no eran tan necesarias. Y valorás otras cosas, como la importancia de poder confiar en las personas, de creer que pueden, a dejar de lado los prejuicios y a conocer la realidad. Aprendí que la realidad se puede cambiar, que cuando uno confía en la gente y les da las herramientas la gente quiere salir adelante. Me cansé de escuchar “la gente está así porque quiere, que son vagos”… y nadie quiere estar sin agua potable, sin médico, ver morir a su hijo de una enfermedad que tiene cura.
Estar en Añatuya ¿te acercó a otros lugares para continuar tu trabajo?
Añatuya, en realidad, es la tercera ciudad en importancia de Santiago del Estero. Donde trabajo es precario, pero es grande. Pero hay parajes rurales y poblaciones totalmente abandonadas sin un médico, hospitales vacíos, gente sin acceso a nada. Porque a diferencia de la villa, la pobreza rural tiene menos posibilidades de salir, porque no hay acceso a la educación, a la salud… es una pobreza estructural que esta achatada ahí.
¿Qué hace falta para cambiar la situación de desnutrición en Argentina?
Una de los principales problemas que yo veo es la educación. Hay familias que tienen recursos mínimos para vivir y no los saben administrar bien, y ves a los chicos comiendo chizitos y tomando una gaseosa cuando no tienen leche. Nosotros trabajamos mucho desde la educación, no solo en como cocinar y que comer, sino también en la economía doméstica, como administrar la plata para que dure. Por un lado la educación es fundamental, y por otro lado creo que es la voluntad y la organización. Las organizaciones sociales son cada vez más, pero falta coordinación y organización para trabajar juntos y lograr los mismos objetivos. Nosotros teníamos resistencia por parte de algunos directores y empleados de trabajar con organizaciones locales, y les dije que hay que buscar puntos en común, porque diferencias vamos a encontrar siempre. Si no buscamos puntos en común y trabajamos sobre eso, no vamos a cambiar la realidad de una problemática tan amplia.
¿Cómo ves la organización proyectada dentro de unos años?
Nosotros trabajamos mucho en la formación de los líderes locales y en generar centros que sean autónomos, que no dependan de un supervisor, sino que poder formar a la gente local y dejar capacidad instalada en cada lugar y que asegure la continuidad. Porque si todos los que están trabajando son de ahí, el día que se vaya un director lo puede reemplazar un empleado. Ojalá que siga creciendo, la situación del país esta complicada y es difícil crecer en una organización social que depende totalmente de donaciones en un momento de crisis. Me encantaría que siga creciendo y que cada vez dependa menos de mí, y esté más despersonalizada.
En muchas organizaciones aparecen momentos de golpes y frustraciones ¿cómo los has ido surcando?
Día a día, con las cosas que no salen o gente que no responde, lo que pienso es que nuestra acción no depende de la respuesta del otro. Nosotros buscamos darle lo mejor a cada madre, a cada familia, pero no podemos tratarlos mejor o peor si responden o no responden. Tenemos que seguir hacia nuestro objetivo más allá de la respuesta de la gente, siempre tratando de buscar lo mejor, pero sabiendo que estamos haciendo lo mejor que podemos y no nos podemos desilusionar si las cosas no salen como esperamos. Y son los casos más críticos los que nos dan sentido, es a lo que más fuerza y trabajo le tenemos que dedicar porque para ello estamos. Nosotros hacemos lo que hacemos porque queremos hacerlo, no podemos cambiar nuestro estado en función de la respuesta del otro.
¿Considerás que cada vez hay más jóvenes en las actividades solidarias?
Sí, y lo vemos todos los días. Una de las respuestas es porque hay gente que necesita dedicarle su tiempo a algún fin. La gente que tiene una beta social necesita acercarse. Los más grandes, que tienen una vida formada o una familia que mantener, eligen el padrinazgo porque no tienen el tiempo. Pero después hay muchos jóvenes que se enteran por alguna red social y se suman como voluntarios.
¿Le darías algún consejo a aquellos que aún nunca tuvieron contacto con este tipo de actividades?
Por un lado aclarar que todos tenemos tiempo. Si se quiere, el espacio se hace. Por otro lado resaltaría que está bueno devolver lo que a uno le regala la vida. Hay mucha gente detrás de la acción que uno hace y ese tiempo que se invierte se valora mucho ante la necesidad. Es además una manera de aprender, de relacionarse con gente que está en la órbita de uno y una forma de conocer el mundo y otras realidades que están muy cerca, pero que muchas veces no se ven. Indirectamente estás mirando tu país con otros ojos.
Programas de Haciendo Camino
-Nutrición: Tiene como objetivo erradicar la desnutrición infantil y trabaja con la metodología CONIN, que propone un abordaje integral de la desnutrición. Para esto, cada centro cuenta con un equipo interdisciplinario formado por un director, un médico, una nutricionista, un pediatra, una asistente social, una estimuladora temprana, un educador sanitario, una maestra jardinera y profesoras de oficios. Se acompaña el tratamiento de recuperación nutricional y estimulación temprana de niños desnutridos de 0 a 5 años con la formación de la madre en charlas de educación para la salud y talleres de capacitación en oficios.
-Embarazadas: Está dirigido a mujeres embarazadas en situación de riesgo social y tiene como objetivo promover los cuidados durante el embarazo y el desarrollo del vínculo madre-hijo desde el período de gestación. Las mujeres asisten quincenalmente a los centros, donde son controladas y participan de charlas de preparación para la maternidad. Asimismo, se organizan talleres prácticos en los que las madres confeccionan ropa o juguetes para su futuro bebé.
-Niños: Se respalda económicamente al Hogar Santa Catalina y a El Refugio, de Añatuya. El primero alberga y garantiza el acceso a la educación a niños de 4 a 13 años provenientes de núcleos familiares que no pueden responder a sus necesidades básicas. El segundo es un hogar de tránsito para alojar a chicos cuyas familias no los pueden contener. Apunta a la educación integral de los niños. Haciendo Camino brinda clases de apoyo escolar, organiza talleres de recreación, viajes y propuestas pedagógicas para que los pequeños puedan desplegar sus talentos naturales. Se realiza un seguimiento personalizado de cada niño y su familia, con el fin de lograr una reinserción en su núcleo de origen.
-Oficios: Promueve la integración social con el objetivo de mejorar la calidad de vida y fortalecer la capacidad de autosustento de familias carenciadas. Brinda a madres capacitación en oficios (manualidades, costura, telar, tejido, gastronomía, etc.), formación como emprendedoras sociales y charlas de promoción humana.
-Salud: Un grupo de médicos de diferentes especialidades (clínica, ginecología, dermatología, traumatología, odontología y oftalmología) realiza viajes periódicos a los centros ofreciendo asistencia médica y docencia. El objetivo del programa es proteger y recuperar la salud a través de la detección precoz de enfermedades, el tratamiento oportuno y la promoción de hábitos saludables por medio de charlas de educación para la salud.
-Atención rural: Es un programa de acompañamiento a comunidades rurales que dura tres años y que trabaja en la formación de las madres como agentes de salud de sus hijos, el control nutricional de todos los niños, el tratamiento de aquellos que estén desnutridos y la formación de los agentes sanitarios locales en el cuidado de la primera infancia, a fin de dejar capacidad instalada en cada paraje.
¿Cómo ayudar?
Haciendo Camino necesita padrinos y podés colaborar con un aporte de 150 pesos mensuales. También se puede ser voluntario, efectuar donaciones y participar de viajes mensuales.
Sitio: www.haciendocamino.org.ar
Facebook: Haciendocamino.org.ar
Twitter: @Haciendo_Camino
Entrevista a Catalina Hornos en AM Telefe
Referencias:
Haciendo Camino
Diario La Nación
Cadena 3
Nuevo Diario Web
Arena Política
Premios Abanderados
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